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Actas de Folklore

Actas del Folklore (1961)

Prólogo de Isabel Monal a esta reedición.
Índice general, por autores y por títulos.

Fundación Fernando Ortiz, La Habana 2005, págs. 1-10 y 375-378

Prólogo de Isabel Monal

La publicación de Actas del Folklore fue una de las iniciativas más fructíferas del quehacer fundacional del Departamento que dirigía Argeliers León en el Teatro Nacional por aquellos primeros años del triunfo revolucionario.
El Teatro Nacional de Cuba (TNC), una de las tres instituciones culturales creadas durante el año 1959 (junto con la Casa de las Américas y el ICAIC), desplegó durante sus primeros dos años y medio de vida una intensa actividad creadora; fue una especie de aventura generadora de entrega y efervescencia por la cultura y la Revolución, lo que para todos nosotros era un empeño unitario inseparable lo uno de lo otro.
La ley que creaba el Teatro estipulaba el nombramiento de cinco asesores para asistir a la dirección del Teatro en sus funciones. Nosotros mismos decidimos hacer de aquellas asesorías verdaderos departamentos que no sólo concibieran y propusieran proyectos y actividades a la dirección sino que ellos mismos asumieran la función de llevarlos a cabo, garantizando, con ello, la finalidad a las concepciones generadoras. La propia decisión de los perfiles de los directores implicaba ya el designio de las proyecciones y vías de desarrollo de la actividad del Teatro Nacional; y con la decisión de crear un Departamento de Folklore, todo un panel raigal de la cultura del pueblo cubano, hasta entonces marginada e inclusive despreciada, tendría en la joven institución un lugar equiparable al de las demás líneas de trabajo como las artes dramáticas, la danza o la música de concierto.
Toda la concepción programática del TNC significaba mantenerse abiertos a la cultura universal, a la vez que nos empeñábamos en insertarnos de manera decisiva en los procesos culturales que conducían al reconocimiento y fortalecimiento de nuestra identidad, y por la ampliación y socialización de la cultura en general; un proceso para el cual el triunfo de la Revolución creaba condiciones excepcionales.
La acción que el Departamento de Argeliers, desde su creación hasta diciembre del 6l (fecha en que el Teatro Nacional dejó de existir con aquella estructura), constituye un hito insoslayable en el conjunto de la obra fundacional de la Revolución en la cultura. Asistido por sus colaboradores más cercanos, el Departamento de Folklore desarrolló su acción en tres líneas fundamentales: la puesta en escena de espectáculos con las múltiples manifestaciones de nuestro folklore, la publicación de una revista científico-cultural que diera a conocer el resultado de los estudios e investigaciones sobre el tema, y el Seminario para la superación y formación de nuevos investigadores. En este último tomaron parte los entonces jóvenes estudiosos Miguel Barnet y Rogelio Martínez Furé. Y en el conjunto de su quehacer, Argeliers contó con la asistencia de Juan Losada, y también de su compañera en la vida y en el trabajo, la investigadora María Teresa Linares, quien se empeñaba a la par de todos nosotros a pesar de no estar siquiera incluida en la plantilla.
A primera vista podría parecer poco convencional que un «teatro» cubriera un terreno que en rigor no era el suyo. Pero en realidad lo que ocurrió es que desde un primer momento concebimos la proyección del Teatro Nacional no sólo como un lugar que ofreciera espectáculos, sino como un proyecto con un vasto programa de acción cultural relacionado con las variadas actividades escénicas, las cuales constituían, por supuesto, su función de base. Los distintos departamentos del TNC se caracterizaron en buena medida por sus capacidades para abrir nuevas líneas y horizontes o para dotar de una nueva calidad y fuerza otras cuyas primeras manifestaciones habían sido intentadas sin posibilidades de desarrollo en años anteriores. Las tres líneas centrales del Departamento de Folklore se insertaron plenamente en ese espíritu. La actividad de la revista Actas del Folklore logró además reunir a su alrededor reconocidos investigadores y ofrecerles tanto a ellos como a los jóvenes que se iniciaban un precioso instrumento que diera a conocer y socializara los avances del conocimiento en ese terreno. Su sola presencia en nuestro mundo editorial significaba, como corolario natural, un estímulo al fortalecimiento y desarrollo de los estudios sobre nuestro folklore. La relación e interdependencia entre la revista y el Seminario constituyó un acicate para los que en él participaban y una manera de desarrollar la investigación etnológica y folklórica en Cuba. Pero fue mérito especial de la revista dirigida por Argeliers el haber logrado hacer de ella un lúcido ejemplo de feliz fusión entre el rigor de la ciencia y el elán de la cultura.
Por otra parte, las condiciones de la Cuba de aquellos momentos hacía que el campo de acción del Departamento de Folklore llenaba una función ideológico-cultural de primera magnitud. En efecto, un valladar de prejuicios obstaculizaban el reconocimiento social de las manifestaciones culturales de origen africano; el racismo que se manifestaba con fuerza estaba en la raíz misma de aquella marginación, y el desprecio que sufrían impedía a su vez que el pueblo de Cuba se reconociera en las innumerables muestras de la presencia y vitalidad de nuestro folklore, que, sin embargo, atravesaba las más variadas paletas de nuestra cultura y de nuestra identidad toda. Y, aunque sin duda, fueron los serios y cuidadosos espectáculos los que más contribuyeron a desbrozar el camino, las Actas del Folklore fueron también un importante elemento en aquel esfuerzo que muy pronto comenzó a recoger los frutos y el reconocimiento de los especialistas y la sociedad. Mérito indiscutible del Departamento fue el contribuir decisivamente al inicio de un proceso en el que el pueblo cubano, todo él, comenzara a superar prejuicios, y, reencontrándose a sí mismo, expandiera su dignidad y viviera más plenamente su espiritualidad sin mutilaciones ni tergiversaciones. Claro que esta no era tarea sola del Departamento de Folklore, los otros Departamentos también incluían en sus concepciones y proyectos la reafirmación de la identidad y la liquidación de las distintas formas de marginación. Y cuando, desde el TNC se desplegó el movimiento de aficionados a lo largo de la isla, ambas vocaciones estuvieron presentes, en particular la proliferación de grupos de folklore en centros de trabajo y escuelas. Por eso no es excesivo decir que las Actas están hermanadas a todo el programa cultural de la institución desde donde actuaban Argeliers y Teté.
Por todo ello aquella revista formó parte, con justeza, de la obra creadora de la Revolución en aquellos años bisoños del proceso de transformación. Y hoy que el papel y la importancia de la cultura son cada vez más valorados entre nosotros, nuestra memoria histórico-cultural rinde justicia a los caminos que Argeliers, con su inseparable Teté, logró desbrozar para aquel presente y para el futuro permanente.
El Teatro Nacional siempre reconoció aquella contribución como uno de sus tesoros más preciados.
Y como «honrar honra», le cabe ahora a la Fundación Fernando Ortiz, con esta reedición de las Actas, agregar un nuevo mérito a sus ya numerosos servicios.

ISABEL MONAL

Edición de esta obra en formato pdf

 

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